Páginas

Errico Malatesta: La libertad de estudiar (1922)

Transcripción: @rebeldealegre

Publicado en el Suplemento La Protesta, Buenos Aires, 18 de septiembre de 1922
El texto aludido de Camillo Berneri aparece también en ese número del periódico, página 2:
«Los problemas de los estudios electivos como problemas de libertad»



Camilo Berneri ha examinado el problema de los estudios superiores en la sociedad del porvenir.

Observa el hecho tan general de la contradicción que se encuentra en los hombres de “tendencia” (deseo) y “aptitud” (capacidad, disposición natural); cita muchos casos de hombres grandes en una rama del arte o de la ciencia que se creían, en cambio, llamados precisamente a aquellas cosas para las que eran incapaces.

Por otra parte observa que, si no se puede aceptar el juicio que uno da de sí mismo, tampoco se puede atener al juicio que dan los otros, aunque sean competentes, puesto que no es raro el caso de grandes hombres que fueron tenidos por idiotas por sus profesores, o, al menos, por incapaces precisamente en aquel género de estudios o de actividades prácticas en las que más se destacaron después.

De ahí el problema: o “haz lo que quieras,” y entonces el mayor número querría hacer lo que no es capaz de hacer y resultaría un gran derroche de fuerzas en perjuicio de la colectividad, o “haz lo que los “competentes” te dicen que hagas”, y entonces los más bellos genios podrían ser destrozados por la incomprensión de los pedantes.

Berneri resuelve esta cuestión de la “libertad intelectual”, libertad que consiste en dedicarse a las actividades preferidas, ateniéndose a un ensayo relativísimo, y concluye:

“Decir: “Cada uno debe estudiar lo que quiere y cómo quiere”, implica la absoluta libertad profesional. Así también, decir: “Cada uno tiene derecho a vivir para el arte, o para la ciencia, o para la filosofía”, implica el hecho de que toda una categoría de parásitos viva a espaldas de los verdaderos productores.

“También, pues, para los estudios se puede hablar de un máximo de libertad y no de una absoluta libertad. Puesto que tal libertad absoluta de uno vendría a contrastar con los intereses, y, por tanto, con la libertad de los otros…

¿Pero quién establece e impone el límite?

Yo creo que el compañero Berneri ha planteado mal la cuestión, porque supone que en una sociedad racionalmente organizada, en la que ninguno tiene los medios de someter y oprimir a los otros, debe o puede subsistir la división entre trabajadores del brazo, dañados y embrutecidos por el continuo esfuerzo muscular, y trabajadores de la mente, que rehuyen toda actividad directamente productiva para luego satisfacer la necesidad que de moverse tiene todo organismo sano recurriendo a juegos y ejercicios musculares improductivos.

El orden de esta división de los hombres en “intelectuales” (que a menudo no son más que simples ociosos sin ninguna intelectualidad) y “manuales” se puede encontrar en el hecho de que en épocas y circunstancias en que producir lo suficiente para satisfacer ampliamente las propias necesidades importaba un esfuerzo excesivo y desagradable y no conocían los beneficios de la cooperación y de la solidaridad, los más fuertes o los más afortunados encontraron el modo de obligar a los otros a trabajar para ellos. Entonces el trabajo manual, además de ser más o menos penoso, se volvió también un signo de inferioridad social; y por ello los señores se cansaban y se mataban en ejercicios ecuestres, en cazas extenuantes y peligrosas, en carreras fatigosísimas, pero se habrían considerado deshonrados si hubieran ensuciado sus manos en el más pequeño trabajo productivo. El trabajo fue cosa de esclavos; y tal sigue siendo hoy, a pesar de las mayores luces y todos los progresos de la mecánica y de las ciencias aplicadas, que facilitan la tarea de proveer abundantemente a las necesidades de todos con un trabajo agradable, moderado en la duración y en el esfuerzo.

Cuando todos tengan el libre uso de los medios de producción y nadie pueda obligar a otro a trabajar para él, entonces será interés de todos organizar el trabajo de modo que resulte más productivo y atrayente, y todos podrán cultivar, útil o inútilmente, los estudios sin que por ello se vuelvan parásitos. No habría parásitos; primero porque ninguno querría alimentar parásitos, y luego porque cada uno encontrará que dando su parte de trabajo manual para concurrir a la producción satisfacería al mismo tiempo la necesidad de actividad física de su organismo.

Trabajarían todos, también los poetas y los filósofos trascendentales, sin perjuicio para la poesía ni para la filosofía. Todo lo contrario...